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¿Es Google ya más poderoso que algunas naciones?

domingo, 28 de abril de 2013

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La expansión del gigante del logo de colores ya va muchísimo más allá de lo comercial. Influencias políticas y redes sociales para terroristas redimidos son algunos de los proyectos que reflejan su influencia global
Hubo una vez en que Google se preocupaba por objetivos aparentemente benignos a pesar de su afán de lucro: hallar una posición óptima para insertar publicidades online de drogas para la disfunción eréctil, localizar en mapas cada bar de Estados Unidos, producir en masa servicios gratuitos con los que seguir cimentando un casi monopolio en las búsquedas globales, entre otros.

Pero estos ya no son las parámetros confortables y bien establecidos de Google.

Hace más de dos años, mientras los gobiernos de dos continentes se preparaban para lanzar investigaciones anti-monopolio en su contra, Google empezó a adentrarse agresivamente en el territorio de los Estados. Hoy, Google es uno de los actores no estatales más importantes de los asuntos internacionales, con operaciones en dominios de seguridad históricamente solo al alcance de los estados-nación: Google rastrea el comercio global de armas, gasta millones en crear herramientas de alerta de crisis para informar al público de los desastres naturales en el horizonte, monitorea la expansión de la gripe y actúa como un censor global para proteger los intereses estadounidenses fuera del país. Google incluso ha intervenido en disputas territoriales, uno de los problemas de seguridad más tirantes y universales con que los estados se enfrentan hoy. Por medio de Google Earth, se puso del lado de un grupo indígena de la selva Amazonas brasilera para ayudar a la tribu a documentar y subir a la web evidencia de las intrusiones en su tierra.

En una forma nueva del arte de gobernar, el presidente ejecutivo de Google Eric Schmidt ha viajado a Corea del Norte en contra de los deseos del Departamento de Estado estadounidense. “Mantengan el gobierno fuera de la regulación de Internet”, le recomendó recientemente a la audiencia en una visita a Myanmar.

Mientras Google evoluciona en su rol en el escenario mundial, la pregunta fundamental podría ser menos si los estados deberían regular la empresa y más si estos estados pueden competir contra una plataforma global de tecnología tan poderosa. Después de todo, Google parece haber emergido relativamente sana y salva de la amenaza de intervención estatal. En enero salió victoriosa de una investigación anti-monopolio de dos años encarada por reguladores estadounidenses. Este mismo mes de abril, la compañía resolvió una indagatoria similar de parte de reguladores europeos. Y por la recolección sistemática de datos personales como fotografías y mails personales de redes de wi-fi a través de su servicio de mapas Street View, Google tiene que pagar una multa mísera a un regulador alemán privado.

El intento más explícito y organizado de Google de aventurarse en los dominios estatales fue bajo la bandera de Google Ideas, su “think/do tank”. Jared Cohen, que ganó fama como una estrella ascendente de la “diplomacia digital” en el Departamento de Estado estadounidense [el equivalente al ministerio de Relaciones Exteriores, se unió a Google en 2010 para lanzar Google Ideas. Empezó con un trío de iniciativas debajo de los amplios paraguas de la anti-radicalización, las redes ilícitas y los estados frágiles. A través de la unión, Google ha colaborado con autoridades estatales para desmantelar eso que llama “redes ilícitas” como cárteles de droga y tráfico de personas, y ha trabajado con Voice of America, el brazo de radiodifusión del gobierno norteamericano, para llevar a cabo la “primera encuesta telefónica constitucional” en Somalia.

Incluso ha marcado su posición en la lucha contra el extremismo violento, en el que “tradicionalmente ha habido demasiada confianza en los gobiernos”, como escribió Cohen en una publicación en el blog corporativo de Google hace casi un año. “¿Qué tienen en común un yihadista violento de Indonesia, un ex-neo nazi de Suecia y un canadiense que fue mantenido como rehén por quince meses en Somalia?”, preguntó Cohen. Con esto, Google Ideas lanzó su casi-red social apuntada a una demográfica poco deseada por los publicistas: antiguos pandilleros, extremistas religiosos, nacionalistas de derecha, fascistas de ultraderecha, o las víctimas de cualquiera de ellos. La red Against Violent Extremism (Contra el Extremismo Violento) plantearía una conversación global de des-radicalización de la juventud y serviría para redefinir el tema de cómo reducir la radicalización. La revista Wired llamó a la red el “Facebook para terroristas”. Entre la elite estadounidense de la política internacional, se la alabó como un ejemplo de algo que Google puede hacer “mucho mejor que cualquier gobierno”. Un año después, 231 ex-terroristas y extremistas violentos se han unido a AVE. Pero son superados en número: la red contiene casi tres veces más miembros del sector privado y elites occidentales como académicos y trabajadores de ONGs.

Mientras Google se esculpía un rol en la prevención contra el terrorismo, programas anti-radicalización financiados por el Estado han caído bajo escrutinio. “Los gobiernos occidentales difícilmente logren derrotar el riesgo del terrorismo futuro intentando forzar una ideología religiosa”, escribió Samuel Rascoff, un erudito en leyes de la Universidad de Nueva York, en un trabajo de enero de 2012 cuestionando la efectividad de los esfuerzos de contra-radicalización impulsados por el Estado que promueven alternativas teológicas “masivas” al radical Islam. Además de criticar las políticas de Estado, Rascoff cuestionó las iniciativas del sector privado. Aunque tienen una “marca del gobierno menos pronunciada”, escribe, los actores no gubernamentales en este espacio pueden levantar suspicacias. Algunos escépticos se preocuparán de por que “el aparato de seguridad nacional juegue algún rol desconocido en el proceso”. De hecho, la alineación de Google con el aparato de seguridad nacional está menos que claro. Si bien con frecuencia habla de la transparencia comoo un valor fundamental, los detalles de la relación de Google con la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense en temas de encriptación y ciberseguridad se mantiene en secreto.

En una serie de sketches acerca de “nuestro mundo futuro”, enThe New Digital Age: Reshaping the Future of People, Nations and Business (La nueva era digital: reformando el futuro de la gente, las naciones y el negocio), un libro nuevo de Eric Schmidt y Jared Cohen, hay una indicación mínima de cómo es la alianza de la compañía con la seguridad nacional, especialmente en referencia a los esfuerzos antiterroristas: “Usaremos las computadoras para predecir correlaciones entre volúmenes enormes de datos para rastrear y atrapar terroristas, pero cómo se los interroga y maneja de ahí en más seguirá siendo terreno de los humanos y sus leyes”, escriben. ¿Existe un actor global no-estatal con más acceso a “volúmenes enormes de datos” que Google? De hecho, la empresa, que en general se eriza ante la regulación, podría tener pocas chances más que entrar en la arena del antiterrorismo y colaborar con más fuerza con los países. “El público demanda que [las compañías tecnológicas] participen más en la lucha contra el terrorismo”, escriben Cohen y Schmidt. Y esto fue antes de Boston, antes de que cada video mirado y subido por Tamerlan Tsarnaev a YouTube fuera investigado en profundidad en busca de signos de radicalización.

En La nueva era digital, Schmidt y Cohen describen el Internet como el experimento anárquico más grande de la historia. Van más allá, incluso, al argumentar que “en última instancia, podría ser visto como la realización de la teoría relaciones internacionales clásica de un mundo anárquico, sin líderes”. Al describir Internet de un modo tan diatópico –un espacio asolado por guerras de códigos y conflictos cibernéticos, un lugar donde los terroristas se radicalizan y las redes ilícitas encuentran un alcance global- Cohen y Schmidt justifican los vínculos cada vez más cercanos de Google con los intereses de seguridad estatal. Y aun así los autores conciben la batalla por el poder en nuestro tiempo como una más que nada entre ciudadanos y estados, una concepción del mundo que esquiva preguntas menos obvias: ¿qué tan parecido a un país será Google? ¿Hasta dónde lo dejarán ir? Como entidad global y sin fronteras, ¿qué mecanismos existen para que la compañía rinda cuentas a sus billones de usuarios mundiales? Sí, Google permite a sus usuarios descargar datos personales, pero eso no es exactamente lo mismo que tener voz en cómo la empresa maneja esos datos.

La visión de Google de la regulación estatal ciertamente no es un secreto. El tema definitivo del libro de Schmidt y Cohen es “la importancia de una mano humana que guíe”, una reescritura inteligente de la antigua metáfora de Adam Smith para los mercados libres, una que todavía genera debates interminables acerca del rol del Estado en la regulación de la economía. Schmidt y Cohen nunca se refieren a Google como esa “mano humana” tan importante para el mundo de hoy. Pero para una compañía que nunca fue humilde, una compañía sin miedo a entrar en una cruzada digna de Sísifo por la seguridad global, no es difícil imaginarse que eso era lo que querían decir.

Fuente: El Observador
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